Sugerencias

Imagenesss

Recorro el sol, las flores,los rincones del parque. Busco las hojas dormidas, que quedaron en su bolsillo y me recuesto de nuevo en la tibieza de su saco. Los pensamientos me llevan a buscarlo y en un abuso de confianza pretendo no ver sus miedos.

Salto el tronco. Ya no es el mismo. Igual viajo en su mochila adolescente y permanezco en el lugar exacto, deshojando las mentirosas margaritas.

Él ríe, en espacios mínimos; junto a mis pasos en el bar de la esquina, sobre el humito del café recién servido.

Me mira,... es un instante…
Disimulo, nunca se ha ido.

Elsa Villarreal

Generosidad

Si, si, si... lo único que sabías decir. Si no los hubieras dicho, no estaríamos en este caos. Si al menos una que otra vez, hubiera salido de tu boca un “no”, pero un “no” rotundo, potente, autoritario, la casa no estaría llena de hijos, corriendo por la cocina, subiendo y bajando las escaleras, escondidos en el baño, comiendo lo no comible, gritando y moqueando por todos lados. Te pedía tan sólo un poquito de carácter, la gentileza de mostrarte en contra, pero no..., el señor, siempre cómodo, generoso, dadivoso por decirlo de alguna manera. Si cuando lo pienso... ¿Qué estás balbuceando?, no, ahí no está.

La puerta se abrió y hubiera querido rechinar, golpearse fuerte contra el marco, hacer temblar las paredes, pero su expresión fue un susurro de adiós que se perdió en el tiempo.

Elsa Villarreal


La Esquina

Me puse los pantalones de seda y recorrí la extensión de las piernas, en busca de los zapatos de corcho. Acomodé la sonrisa envuelta en trenzas doradas. Respiré profundo y crucé la calle saludando con reverencias y ademanes. Los transeúntes despertaron. De mis bolsillos brotaron naranjas voladoras, que rozaron los techos metalizados. Entonces, extendí los brazos para dejar salir un montón de papelitos que jugaban sobre mi cabeza sin caer. Cerré los ojos e imaginé los corazones contentos.
Un cambio de luces circuncidó el detenimiento obligado pero ninguna sonrisa traspasó el aire.
Desdibujé la figura. Doblé la pierna, la até muy fuerte sobre el muslo. Me puse los pantalones raídos, el sacón negro que inclinaba mis hombros. Busqué en el bolsillo la angustia dibujada de lágrimas. Tomé la muleta y volví a cruzar.
Ninguna intención acompañaba al movimiento, quizás la de la esperanza, tal vez en algún rincón, una mirada.
Pero sólo unas monedas se balancearon, grises, sin naranjas.


Nuevos Rumbos

La luz irritó sus ojos. "Debe ser tarde", pensó. Sin embargo no podía levantarse. Le costaba mover sus músculos y desperezarse como todas las mañanas. Trató de mirar su panza; su enorme panza de gordo, pero su nariz estaba obstruyendo el recorrido, y parecía pegada a su boca. Estiró las cervicales. Buscó las manos. Las sentía dentro de su cuerpo, como si estuvieran debajo de la piel y formaran parte de su estómago. Se inclinó para levantarse y rodó hacia el final de la cama. Su cerebro le dolía. Su cabeza lo oprimía después del golpe. Se ladeó para pararse y lo único que logró fue rodar en la alfombra. Buscó llegar al espejo. Necesitaba verse. Intentó sobre el lado izquierdo, pero el movimiento lo giró hacia la puerta, hacia el picaporte inaccesible, hacia la ropa desparramada, hacia los zapatos y revistas de un día normal. Sus pies en espiral adosados en su panza se retortijaron de enojo. Su figura se estremeció. Estaba delante de un mundo tan cruel como el suyo. Su pecho se ahogó en suspiros de soledad y sus ojos fueron una mezcla de pelusa desparramadas por doquier.


Continuidad

Será una célula alcanzando el horizonte y se dividirá en otras tantas que marcarán su historia. El vientre de su madre le hablará de un flotar adormecido, en donde se encontrará por primera vez con la sangre de filósofos y monjes. El otoño la arrullará en su primer llanto.
Y el sol amainará y las flores dormirán y todo alcanzará su punto justo. No sabrá de milagros pero las verdades tocaran su puerta. No habrá vacíos que se interpongan, porque sabrá que un día, retornará al ombligo,
y se cerrará el círculo.


Atravez

Entro. Una niña me observa y se apresura en subir la cuesta, disimula, y desaparece detrás del árbol. Un golpe certero de bicicleta espanta al palomar entre las risas inocentes de zapatos chuecos. La arena brota, las risas aumentan, los globos de colores elevan las manos pequeñas.
Giro por el Gran Ombú. El movimiento incita los abrazos, los mimos, las caricias. Todo se impregna del sol que broncea las espaldas, de los brotes que crecen, que se cortan, que vuelven a crecer, que se vuelven a pisotear.
Sigo girando y la miro. Siempre la miro. ¡Es tan bella! Su cuerpo pequeño, acurrucado de hojas, parece dormir en un tiempo lejano. Me trasporta y sigo. Mis pasos de hoy, siguen, pero mi mirada atraviesa sus espacios. Respiro profundo como si en ello pudiera rescatar su mirada. Ella sigue ahí. La dejo atrás, en ese cuadro de todos los días de sol.

Hoy llueve y ella no está, cruzo la calle y en una esquina, pegada sobre un mármol viejo se aferra al viento, al frío, al paso de una mirada y toda su belleza resplandece.


Plaqueteada

La Puerta Placa llegó a las dos de la tarde. Tocó timbre y se dispuso a entrar. Como no podía, se achicó, se estiró, hizo contorsiones hasta que al fin logró entrar al living. Se detuvo junto a la mesa ratona, infló sus mofletes y volvió a su forma aplacada.
Se sentía de lejos una leve respiración de alivio. Yo la observaba desde el ángulo opuesto tratando de descifrar el porqué de su presencia.
De pronto, cómo todas las tardes, la mochila y Víctor pasaron corriendo.
– ¡Cuidado! – le grité, agarrándome la cabeza.
Fue un segundo. Una infinitésima partícula de tiempo en la cual todo se confundió. La puerta placa y Víctor eran dos picaportes, dos cerrojos, dos astillas.
No quería ni podía justificarla. De ninguna manera.
Me acerqué y miré por la cerradura. La puerta placa se asustó, protegió su vientre y volvió a doblarse hasta convertirse en una pequeña puerta de lavadero, accesible, manual y liviana.
La tomé entre mis brazos y la coloqué en el baño.
– ¡Qué cosa! – Pensé – . A Víctor, bañarse, lo pone de mal humor.